La enfermedad neurodegenerativa que abate a decenas de familias del Sur de República Dominicana se ha convertido en un “monstruo” y un problema de Estado que amerita una atención urgente para evitar su expansión a otras regiones del país.
Es la sentencia de una mujer que lo ha vivido en carne propia, Yesenia Andrea Valle, quien hace tres años comenzó a notar que su hija Isabel, ahora con 14 años y en ese entonces jugadora de fútbol, perdía el equilibrio y se caía con facilidad.
Valle, dominicana de 43 años, oriunda de Barahona y residente en España, se convirtió desde ese momento en una investigadora infatigable de la condición conocida como PKAN o “signo ojo del tigre”, una de las once variantes del grupo de Enfermedades Neurodegenerativas por Acumulación Cerebral de Hierro (ENACH).
Las ENACH son un grupo de trastornos genéticos neurológicos raros, caracterizados por la acumulación anormal de hierro en los ganglios basales, una colección de estructuras profundas dentro de la base del cerebro que ayudan a regular los movimientos.
El padecimiento de su hija llevó a Valle a contactar a especialistas de diferentes partes del mundo, algunos incluso con 20 años detrás de un diagnóstico para las familias que han vivido por años en una total incertidumbre en diversas partes del mundo, incluida la región Sur del país.
Preocupa indiferencia del Estado ante tantos casos detectados
La enfermedad debilita las extremidades inferiores, provoca dificultad para la deglución y el habla, atrofia los músculos y causa hasta demencia, provocando que los afectados sean totalmente dependientes y con un pronóstico de muerte antes de los 25 años de edad.
Encontrar una cura y contrarrestar el pronóstico de caducidad para su hija que nunca aceptó, se convirtió para Valle en una obsesión que en algunas ocasiones la sumió en la desorientación y la sensación de estar en medio de un total abandono.
Una noche llorando, a tal punto que ya no le salía la voz, sus angustias se entrelazaron con la esperanza cuando contactó en España al prestigioso médico e investigador José Antonio Sánchez Alcázar, quien luego de evaluar a su hija Isabel y someterla a los estudios de rigor, le indicó un tratamiento individualizado con un cóctel de medicamentos que le han cambiado la vida.
Isabel lleva dos años sometida a un tratamiento que ya le permite ir a la escuela, sale sola a las calles y ahora anhela hasta practicar tenis, aunque todavía tiene dificultades para hablar con claridad.